Hablar se me antoja complicado tanto cuando no tengo nada como cuando tengo mucho que decir. Escribir, también. En un momento en el que mis proyectos profesionales —relacionados en gran medida con la escritura— han tomado carrerilla, paradójicamente es cuando menos tiempo tengo para escribir y menos ganas me quedan. Sin embargo, hice mío el lema: "Nulla dies sine linea" y no hay un día, ni uno solo, en el que no haya tecleado o manuscrito algo.
Hará cosa de un par de semanas compré un libro que deseaba leer desde hace bastante tiempo: "La cocina de la escritura", de Daniel Cassany. Quería tenerlo porque me recuerda mis comienzos como escribidor cuando salía a la caza de habilidades y técnicas (aún sigo en ello). Siempre viene bien un recordatorio.
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