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Confesaré que no hay un único motivo. En ocasiones mi trabajo como formador me absorbe de tal manera que no me queda ni tiempo ni ganas de ponerme a escribir. Para quienes piensen que solo es una excusa más (y hay muchos que lo piensan y otros tantos que me lo han dicho): preparar clases es todo un mundo.
Comporta preparar un temario y estructurar los contenidos, documentarse y cribar la información obtenida, crear nuevos contenidos adaptados al grupo, preparar presentaciones, dinámicas, ejercicios, actividades, prácticas, exámenes, corregir, hacer informes y toda una vorágine administrativa que parece que no vaya a terminar nunca. Y cuando la jornada laboral se alarga hasta la madrugada e incluso a los fines de semana, pues como que no apetece hacer nada más.
También hay momentos en los que no tengo nada que decir. No se me ocurren ideas nuevas y las que he ido guardando ya no me seducen como cuando las apunté o simplemente olvidé de qué iba el asunto.
Otras veces, escribir me agobia y cuando eso sucede dejo de hacerlo. Antes me sentía culpable porque me creía aquello de que el escritor tiene que escribir por encima de todo. Pues mira, no. Escribo, en primer lugar, porque me divierte, si no, para mí no tiene sentido escribir. En su lugar prefiero salir con mi mujer, leer, ver una peli, irme de tapas o pescar. Salud mental, se llama.
Ya que me estoy sincerando habrá que decirlo todo: también escribo por encargo. Relatos divulgativos, poemas de conmemoración, artículos, textos de interpretación del patrimonio cultural e incluso obras de teatro. Me lo planteo como un reto divertido y disfruto como un crío con un algodón de azúcar en las manos (y hasta en el pelo). Escribo, me divierto y encima me pagan… Obviamente, el tiempo que empleo en estos trabajos no puedo dedicarlo a escribir otro tipo de obras, aunque de estas también me siento orgulloso.
Por no olvidar que buena parte de mi tiempo (muchas veces sacrificando sueño o ratos con la familia) lo dedico a gestionar mi editorial y publicar las obras de otros colegas escritores. Esto último me proporciona una gran satisfacción, al tiempo que aprendo mucho de ellos.
Pero cuando tengo mis momentos febriles de escritura, que también los tengo, entonces mi secreto —por así llamarlo— consiste en organizarme bien, planificar, aprovechar los tiempos muertos (desplazamientos, esperas, recesos entre clases, lavabo…) y —sobre todo— en hacer que la tecnología trabaje para mí. En otra ocasión ya hablé de esto. Algún día te contaré cómo me las apaño.
¿Excusas de otro escritor frustrado y amargado? En absoluto. Me encanta mi trabajo y me encanta escribir. Y como dice la Biblia: «Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol» (Eclesiastés, 3:1). Pues eso.
Me encanta tu blog. Aspiro a convertirme en escritor y la verdad, hoy que leí tus posts me sentí más que inspirado. Saludos desde Perú. :)
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Johann! Tu comentario es muy entrañable. Escribir es menos místico de lo que nos han hecho creer. En realidad, se resume en: lectura voraz, formación continua (ortografía, gramática, estilo, técnicas…) y práctica constante. Todo ello aderezado con voluntad, ganas de mejorar y resiliencia para encajar los rechazos y las ganas de abandonar. Al menos eso es lo que a mí se ha servido. ¡Un abrazo!
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