Errare humanum est

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Cinco años han pasado desde que me propuse escribir este blog como una especie de diario creativo (o literario, llámalo como quieras). Un lugar en el que plasmar no solo una ristra de caracteres hilvanados con mejor o peor fortuna, sino también lo que sentía —siento— al hacerlo.

Es inevitable hacer balance de tanto en tanto y ver cómo uno ha ido evolucionando con el pasar de los meses y los años: en la manera de escribir, en los intereses de cada momento, en los géneros, en el estilo, las preocupaciones, las modas… Ha llovido mucho desde entonces y, como suele ocurrir, no siempre a gusto del que suscribe.

A lo largo de todas estas entradas, que a estas alturas superan el centenar largo, me he reencontrado con textos de todo tipo. De algunos estoy especialmente orgulloso. De otros he extraído la materia prima necesaria para otros relatos e incluso he llegado a escribir todo un libro a partir de reflexiones que en su día plasmé en las páginas de esta bitácora.

Sin embargo, hay también mucho texto mediocre. No me avergüenza decirlo. No solo de genialidades está llena la libreta del escritor. Suele suceder más bien lo contrario: de la inmensa masa de papel y tinta que pueblan cajones, carpetas y archivadores, apenas una parte es aprovechable tal como está. La corrección, las ganas de superarse y la constancia harán el resto. 

En efecto, esto de escribir no es algo que se adquiere y ya está, exige tener una curiosidad insaciable por aprender, leer como un poseso y practicar y practicar y corregir y corregir… Sobre todo, corregir. Solo así, algún día, de cada cien bodrios puede que arranques algún que otro texto aceptable. Y lo que es más importante: aprenderás a diferenciarlos.

Como decían aquellos: «errare humanum est». Entonces, ¿por qué avergonzarse? Equivocarse es parte del proceso de aprendizaje. Todos pasamos por eso, constantemente, así que un poquito de humildad también nos será de ayuda.

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