Me resulta difícil expresarlo con palabras. Quien me conoce bien me lo nota. En
el semblante. En la manera de hablar. En la forma de actuar… Ya no basta.
Escribir no me llena como antes. No tengo ya esa necesidad imperiosa de contar.
Lo sigo haciendo, sí, pero me cuesta mucho, demasiado quizás. Tanto dolor no
merece la pena el esfuerzo. Así que mejor me voy despidiendo. Siempre seré
escritor, aunque no tenga premios en mi haber ni los anhele en un futuro. No
quiero más ese yugo de «escribir por encima de todo». Necesito quitarme esa
presión de encima. Escribo como y cuando puedo, la vida no me da para más. Me la trae al pairo la opinión de quienes pontifican el valor de la mortificación para ascender al Parnaso. No me
seduce madrugar o trasnochar para vomitar vocablos sobre un papel. Tampoco aislarme en el escaso tiempo de ocio del que dispongo. Ese momento
de mi vida ya pasó. A estas alturas, lo que mi cuerpo y mi mente necesitan es un
descanso reparador y disfrutar de otros menesteres. Acumulo demasiado lastre y mi cabeza ha dicho «¡basta!».
Es el momento idóneo para hacer limpieza.
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