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Adoro el libro, el objeto libro, además de la lectura de una buena obra. Mi sentido del olfato ya no es el que era y no puedo experimentar la sensación del olor del papel: nuevo, viejo, rancio… ni de la tinta. Pero aún me deleito en las costuras, en la forma del lomo, en el diseño de las cubiertas, en una bonita y cuidada maquetación…
Fui escritor antes que editor. Con mi primera novela quedé finalista en un concurso literario, pero no llegó a publicarse. Precisamente, el ansia por publicarla me puso en manos de una «editorial» sin escrúpulos que se llevó mi ilusión y mi dinero.
Me prometí a mí mismo que nunca más volvería a pasar por un trance similar y que ayudaría a otros escritores a publicar sus obras, sin trucos. Han pasado casi 20 años desde entonces. Pasan muchas cosas en un periodo de tiempo así. Ocurre también que uno se acaba cansando. La vida pasa factura y siempre se cobra su tributo.
Sigo adorando el libro. Sigo ayudando a otros escritores. Sigo sintiendo la satisfacción de un trabajo bien hecho. Sigo embriagándome con la aceptación del lector tras una presentación exitosa. Sin embargo, algo dentro de mí me dice que debo pasar página y abrir otro capítulo de la novela de mi vida.
Lo tuve muy claro al comenzar esta andadura; hoy, sin embargo, me asalta todo tipo de dudas para dejarla. Quiero descansar, pero amo el libro de manera enfermiza. Así pues, el dilema está servido: «Editar o no editar, he ahí la cuestión».
Actualización: unas semanas después de escribir estas líneas puse el punto y final a mi aventura editora, un viaje que comenzó —por tercera vez— el 30 de enero de 2016. No puedo decir que me sienta feliz con la decisión tomada, pero sí que siento un enorme alivio. Sobre lo que me depara el futuro literario a partir de ahora, ni lo sé ni busco respuestas a tal interrogante.
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