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Está siendo un año intenso y sin embargo no me siento agobiado, señal de que voy por la senda correcta. Han sido unos meses complicados a nivel profesional, productivos en lo que respecta a la literatura y enriquecedores en lo personal.
Mi trabajo como técnico de prevención me exige estar al día permanentemente, eso significa —además de cumplir con mis obligaciones laborales— estudiar tanto para aprender temas nuevos como para actualizarme en los ya conocidos.
Se podría decir que me gusta mi trabajo, en general (siempre hay aspectos mejorables y días en los que lo detesto), pero el alto nivel de responsabilidad de la profesión y mi autoexigencia, el estrés y el maldito síndrome del impostor me han hecho montar durante meses en una montaña rusa emocional cuyo viaje, menos mal, parece tocar a su fin.
Por el contrario, el trabajo también me permite interactuar con mi actual equipo (al que aprecio de verdad), tener la certeza de que cuento con la confianza de mis superiores y de mis clientes, viajar a lugares nuevos, conocer tanto a colegas prevencionistas como a otros profesionales de sus respectivos sectores, organizar mi jornada laboral con entera libertad y desarrollar mi faceta como programador. En la variedad está el gusto, dicen. Pero lo más importante para mí es que puedo conciliar vida laboral y vida familiar. Esto último no tiene precio.
En lo literario, tampoco puedo quejarme. En lo que va de año he publicado un relato ilustrado (no por mí, sino por Edu Polo), he escrito una obra de teatro sobre el traslado de la relíquia de Santa Tecla de Constantí a Tarragona y mi primera obra de microteatro, que recrea con humor una anécdota popular y que vio la luz hace unos días.
El gestor de patrimonio cultural ha estado y se va a mantener ocupado en lo que queda de año. En efecto, además de las representaciones teatrales, he participado en el taller de historia local y tengo previstas algunas visitas culturales y alguna que otra ponencia. Además, el Ayuntamiento de Constantí me ha ofrecido el honor de inaugurar la rehabilitación del refugio de la guerra civil. ¿Qué mas puedo desear?
En lo personal, además de compartir mi vida con Pilar, este año he visto cumplidos dos viejos deseos: estudiar arqueología y hacerme voluntario de Protección Civil. Hace más de veinte años, cuando presidía el Centro Excursionista de Constantí, se habló de crear la agrupación local de voluntarios, pero por unas razones u otras el proyecto no llegó a materializarse. ¡Pues ahora es el momento!
Los encuentros y las barbacoas con los amigos, recobrar el interés por la montaña, el proyecto que tengo en mente para camperizar mi coche, las vacaciones previstas con mi hija pequeña y los miniviajes que espero realizar muy pronto con mi compañera de vida, me han devuelto la ilusión por hacer planes y son un buen motivo para el día a día.
Sí, soy un hombre afortunado, sin duda. Procuraré recordarlo cuando lleguen los momentos de bajón.
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