Al samarugo le hacía falta un lavado de cara. Tampoco era cuestión de liarse la manta a la cabeza, pues quiero —y esa era la idea original— un blog lo más sencillo posible para que no se me haga cuesta arriba mantenerlo.
Creo que en su día conseguí dar con una estética con la que me sigo identificando en parte y es que en todos estos años uno acaba por encariñarse con lo que tiene. Sin embargo, debo reconocer que ese primer diseño era muy espartano y no es que me apeteciera tirar de plantillas o aporrear código.
Pero he aquí que, trabajando en otro blog implementé algunas mejoras que —pensé— le vendrían ni que al pelo a este. Bendita serendipia. Son apenas cuatro retoques que no alteran la imagen tradicional, pero que —a mi parecer— hacen el blog más amigable.
Si ya has venido por aquí antes es posible que te hayas dado cuenta de que la cabecera del blog es diferente, aunque conserva la esencia de la imagen original, que el título tampoco es el mismo, que el menú no es exactamente igual, que el buscador y el formulario de correo son más llamativos y que ya no aparece el nombre de la etiqueta filtrada cuando pulsas en alguna de las secciones del blog. Incluso las fuentes de texto no se han librado de la purga. En definitiva, pequeños cambios que, sin alterar la estética vintage del blog, lo hacen menos vintage.
El cambio de nombre, de «Reflexiones de un samarugo» a «El blog del samarugo», obedece a la propia evolución del blog, que nació siendo un cuaderno literario y de pensamiento y se ha convertido en algo mucho más diverso con el pasar de los años. Lo que nunca va a cambiar es la mención al noble título de «samarugo» que en su día me otorgó l'oncle Roca y del que tan orgulloso me siento.
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